El pasado viernes 27 de noviembre, miles de personas volvieron a congregarse en la Alameda con la intención de llegar hasta La Moneda para exigir la renuncia del Presidente de la República, Sebastián Piñera, y la libertad de los presos políticos de la revuelta social.

Con esta protesta se cerró una semana de tres manifestaciones en las cercanías del palacio de gobierno, y un segundo viernes consecutivo cambiando la Plaza de la Dignidad por la arteria principal de Santiago, como espacio para la libre expresión de las demandas populares. Hubo réplicas similares en Concepción, Valparaíso y Antofagasta.

Esta nueva estrategia de manifestación, sigue el patrón heredado del estallido social del 18 de octubre 2019: espontánea, sin partidos, sin banderas, sin las organizaciones sindicales, sin opción de estrategias preventivas que las eviten, horizontales, y autoconvocadas. Además, con esta nueva configuración en las protestas se han ido resolviendo de manera natural algunos cuestionamientos a estas manifestaciones.

Primero, se está erradicando el carrete y los borrachos del lugar de protesta. Dos, cada vez más se pueden identificar de mejor manera a los infiltrados de las policías y son expulsados del lugar. Tres, el pasado viernes se vieron claramente acciones de contención -por parte de los propios manifestantes- a una minoría que ocupa como excusa la manifestación social para saquear.

La respuesta del gobierno es la habitual. Exceso de represión por parte de Fuerzas Especiales de Carabineros, y una continuidad en las sistemáticas violaciones a los Derechos Humanos, criminalizando la protesta social, con el absoluto respaldo de los medios masivos de este país, y la complicidad de algunos medios alternativos. El abuso de poder en su máxima expresión.

De esta forma, la agresividad por defender el Palacio de la Moneda se traduce en una fuente inagotable de recursos represivos como carros lanzas aguas, con altos contaminantes, zorrillos, detenciones ilegales, y volvieron las escopetas para el lanzamiento a la masa y al cuerpo de lacrimógenas. Los ataques químicos siguen siendo la tónica. También, se registraron algunos testimonios de que en la noche habrían reaparecido los rifles de perdigones.

La respuesta fueron barricadas en algunas calles de Santiago y la defensa del derecho de protestar por parte de la llamada “primera línea”, respaldada por las denominadas segunda y tercera líneas. Con la presencia de los brigadistas de salud, agrupaciones de Derechos Humanos y medios de comunicaciones y difusión  populares e independientes. No obstante, es preciso aclarar que la gran mayoría de los manifestantes protestan de manera pacífica, solo acompañados por sus voces y en algunos casos cacerolas y cucharas.

Se puede analizar que falta politizar aún más estas manifestaciones, que permitan generar más organización y sentido de clase, con el objetivo de reconocerse entre pares, desde cada labor, reflejarse en las convicciones, y poder extirpar definitivamente de estos espacios los saqueos y el alcohol. Todo con ello para avanzar hacia un proceso revolucionario popular que se prolongue en el tiempo, con solidaridad y de carácter antifascista, con la acción directa permanente durante todo el proceso constituyente, que permitan trabajar para recuperar la soberanía del pueblo, acabar con el modelo, y expulsar al retiro a todos los cómplices del neoliberalismo y de las violaciones de Derechos Humanos.