Editorial publicada en revista Grito Nº2 edición junio

En tiempos donde la escena política se agita por la socialización de las primeras propuestas programáticas de los precandidatos presidenciales, planteamos una escena inverosímil.

Candidato/a 1: “Si la ciudadanía nos elige, y en la eventualidad de que se produzca una emergencia o catástrofe, nacional o internacional, como un terremoto, o una pandemia como la del Covid-19, que ponga en riesgo la seguridad de nuestro país y/o sus habitantes, nos comprometemos a implementar el mejor equipo de comunicaciones de crisis y riesgo disponible, que genere una estrategia coordinada con los territorios para la entrega de información pertinente, oportuna y eficiente a la comunidad, con mensajes claros, optimizando así la coordinación entre los distintos servicios públicos, haciendo el máximo esfuerzo no sólo para salvaguardar el legítimo derecho de la ciudadanía a disentir del discurso oficial y la libertad de prensa, sino además para evitar la entrega de mensajes contradictorios, y noticias falsas, informando una visión clara, franca y transparente de la situación”.

Con el correr de los meses, las voces críticas respecto al manejo de la Pandemia, compartieron progresivamente un elemento común, incluso hasta hoy: mensajes confusos, ocultamiento y/o presentación de datos erróneos o mal manejados, señales contradictorias, etc.

La Pandemia ha dejado en evidencia no sólo la importancia de una buena comunicación de crisis por parte de las instituciones del Estado, cuestión que ya era obvia, sino que, además, en lamentable añadidura, el enorme daño que su mal uso puede provocar en la fe pública y en el bienestar de la comunidad.

En sociedades como la nuestra, donde el descrédito de las instituciones nos ha llevado a una progresiva y evidente destrucción del tejido social, resulta aún más relevante un ejercicio de entrega de información transparente y en permanente escrutinio, sin embargo, las acciones comunicacionales del gobierno no parecen ser fiscalizadas con el mismo vigor que otros ejercicios del Estado. Es por eso que nos preguntamos legítimamente: ¿Porqué la Comunicación de crisis no es considerada un bien público? ¿Por qué no está incluida en los planes de gobierno o compromisos de campaña? ¿Por qué no ocupa un espacio en los programas de gobierno en lugar de propuestas inverosímiles como generar un millón de empleos en meses o terminar el narcotráfico en barrios populares mágica, súbita y definitivamente, entre otros compromisos perfectamente ilusorios?

La fe pública, que no es la credibilidad del Estado en las personas sino la posibilidad de que todos los actores presentes en una sociedad compartan un criterio común al momento de establecer que hay ciertas cosas respecto de las cuales no se debe mentir/tergiversar/ocultar/distorsionar información, es un elemento central de la vida en común, y hubiese sido una herramienta extraordinariamente importante en el manejo de esta emergencia.

Lamentablemente, el exceso de puesta en escena, el personalismo y la contumacia de algunos por ocultar la verdadera dimensión de la crisis, especialmente en los primeros meses, terminó por hundir este ingrediente esencial de la vida en sociedad.

Nueva escena ficticia: “Queremos informar a todos los miembros de la comunidad, que enfrentamos una crisis sanitaria global en ciernes. Un poderoso virus, del cual sabemos muy poco y que, al parecer muta y se transporta con extraordinaria rapidez y mortífero poder, llegará a nuestro país trastocando nuestro modo de vida sin importar género, edad, credo o nivel económico y/o educacional. No sabemos a ciencia cierta qué pasará, no tenemos todas las herramientas para enfrentarlo, y es muy probable que se lleve a miles de compatriotas y seres queridos. Queremos decirles de forma muy transparente y clara, que la única forma de que esta emergencia, que pronto será una catástrofe sanitaria, económica y social sea combatida de forma efectiva, es que todos quienes vivimos en nuestro territorio, en todas las formas de organización y comunidad, se unan en un criterio común para enfrentar la situación. Cometeremos errores y desaciertos, pero nos comprometemos a informar sin ambages, aunque lo que digamos sea intolerable”.

Esta escena, también de fantasía, podría sonar a un disparate de una crudeza inaceptable, o incluso a la lamentable despedida política para todo aquel que ose protagonizarla. 15 meses, y 32 mil muertos después, aún sigue sonando mejor que la errática y descreída realidad de los primeros puntos de prensa de la crisis sanitaria, donde la emergencia duraría “solo unos meses”, y contábamos con “la mejor salud del planeta”.

La Pandemia nos ha hecho aprender las lecciones más simples de la forma más severa posible.