Editorial de revista Grito Nº4, agosto de 2021 (Imagen Servel.cl)
El próximo mes se cumple un año desde que se inició una correlación aún inacabada de campañas político-electorales en nuestro país.
Apruebo/Rechazo, convencionales/gobernadores, primarias opositoras legales y convencionales, y las próximas presidenciales/diputados/senadores/Cores, completarán una sucesión inédita de comicios que han copado la agenda, y la conversación prevalente en las audiencias en nuestro país. Pronto completaremos casi un año y medio bajo la doctrina clientelar, casi como una pandemia.
Este carnaval de puestas en escena, confrontaciones (reales y simuladas), negociaciones a tajo abierto a la vista de todos, etc., se han tomado la discusión en un tiempo donde la sociedad chilena debiese estar teniendo la conversación/debate más importante de su historia.
Los actores sociales y políticos, más los consorcios mediáticos y todos que, a través de las distintas formas de representación del poder, dan forma a nuestro debate, tienen el deber de colocar la dimensión electoral de la política en la escala correspondiente, dando lugar a múltiples conversaciones paralelas.
Las violaciones a los Derechos Humanos y su estela de impunidad, que han opacado el trabajo de la Convención, el grave deterioro de las condiciones de vida de las familias más pobres de nuestro país, el recrudecimiento de la violencia del Estado en el Wallmapu, con nuevos y reiterados casos de homicidios, montajes y «confusos incidentes» que nunca se aclaran, deben tener un lugar importante en nuestra discusión. Y, sin embargo, seguimos imbuidos en la lógica de la polémica del día y el intercambio de declaraciones de opereta. En síntesis, la mercantilización de la información.
El debate que debiese dar forma a nuevas formas, nuevos sentidos y nuevos significados para iniciar un camino de transformaciones que estará seguramente lleno de enormes obstáculos, sigue esperando su turno en las agendas, o encapsulado en espacios de elite.
Por contraparte, el orden oligárquico que rige nuestra vida en común, especialmente desde lo valórico y económico, está genuinamente bajo amenaza, pero la historia nos ha enseñado que lo resolverán mucho más rápido que la incipiente capacidad de organización de cualquier contraparte de Poder Popular, que además ha arrancado con graves tropiezos.
Como nos indicaran nuestros antepasados: el capitalismo tiene mayor facilidad para adaptarse que el socialismo y, de momento, el mercado se está haciendo cargo de las demandas populares. Ejemplo de ello es la facilidad con la que se fueron diluyendo las propuestas colectivas, atrapadas por el registro de marca, con muchos proyectos personales y visión de empresa, mientras el espíritu de lo colectivo como un bien común fundamental continúa poniéndose de acuerdo.
Si cambiamos las reglas, quienes detentan el capital se adaptarán, si sus nichos de negocio desaparecen o cambian, crearán otros. Pocos objetos creados por el hombre se mimetizan en los cambios de su entorno más rápidamente que los basados en el poder y el dinero, y es por eso que el desafío de nuestro tiempo es enorme; y requiere de una preparación y compromiso en ese tenor.
Asistiendo obnubilados al espectáculo mediático de las elites, estamos perdiendo un tiempo precioso que no volverá. El rechazo en el plebiscito de salida no es la única vía al fracaso para el trabajo de la Convención Constitucional, también lo sería un texto que no dé cuenta de un nuevo marco de convivencia en Chile. En palabras de Mark Twain: “Una mentira puede dar la vuelta al mundo mientras la verdad se calza los zapatos”, y desde ahí resulta imprescindible y urgente que pongamos mayor atención a lo verdaderamente importante en la discusión de nuestro tiempo.
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