Hace algunas semanas la polémica llegó al mundo de los Derechos Humanos en un formato inusual: La Cámara de Diputados, con el único afán de infringirle un punto político al gobierno, rechazó las partidas presupuestarias correspondientes a Sitios de Memoria y otras glosas relacionadas con la materia.

El mundo de los Derechos Humanos, organizaciones, fundaciones y corporaciones acostumbrados a estar en la palestra y bajo el sesudo juicio histórico de Twitter sólo en septiembre, se encontró con sorpresa en esta suerte de post-temporada, debiendo explicar la importancia de su existencia fuera de los límites de la semana previa a fiestas patrias, cuando el Golpe, se pone de moda, por así decir.

Y así, volvieron las voces que nos han acompañado durante ya 32 años: Los Derechos Humanos son un reducto de resentidos de izquierda, que profitan de un tema que nos divide. Y una versión algo más “light”, pero no por eso menos sentenciosa: Los Derechos Humanos son cosa del pasado, debemos mirar hacia adelante, es decir, la Memoria es importante y todo porque qué penita y eso, pero, ¿Qué pasa con las Criptomonedas?

La función terminó a los pocos días cuando los fondos fueron repuestos en el Senado, pero la pregunta prevalece: ¿Es posible convertir los Derechos Humanos en una preocupación permanente para la sociedad en una cultura donde todo es relativo?

Vivimos en un país donde llamar fascismo al fascismo es intolerancia, porque todos tienen el mismo derecho a ocupar el espacio público, incluso los que creen que el espacio público no debiese existir. Donde, inexplicablemente (en realidad sí tiene explicación, pero es un poco larga), Libertad de Expresión es sinónimo de decir lo que sea y todas las voces, incluyendo las que impregnan el discurso público con todas las expresiones de homofobia, misoginia, xenofobia y racismo que permite nuestro generoso idioma, donde las frases machistas son en serio hasta que una mujer se siente legítimamente ofendida, ahí se convierten en broma, y la ofendida es “delicada”, ocupan el mismo espacio con aquellas que resisten los embates del odio simbólico y que, no infrecuentemente, son criticadas por no “mantener las formas”.

En este escenario, ¿Es posible hablar de una verdadera cultura de los Derechos Humanos? La respuesta, en observancia a la evidencia, es un no categórico.

Hace 50 años nos habrían matado, y no tienen ningún problema en decirlo, incluso en plena campaña electoral (y ganan). Hace treinta, le arrojaban huesos de vacuno comprados en la carnicería a las víctimas en la entrada del palacio de Tribunales gritando: “Aquí está tu marido, vieja culiá”. Hoy, se dan un pequeño gusto con fondos que ni siquiera cubren todo el presupuesto de Memoria, ya que un porcentaje relevante de los mismos corresponde a fondos internacionales.

Una sociedad que es incapaz, siquiera, de ordenar lo absoluto y lo relativo, como quien ordena los abarrotes en la despensa de la cocina, jamás podrá encontrar el Valor, la Verdad o la Justicia.

*Editorial publicada en la edición 16 de revista Grito

*Foto: María Jesús Pueller (Archivo revista Grito)