En los últimos años, y tras la constatación de que las fisuras de nuestro tiempo no nos dejarán jamás, han surgido numerosas voces que insisten en la necesidad de tener un Estado Garante de los Derechos Humanos.
A primera voz (o vista) esto suena de Perogrullo: Toda sociedad moderna, o que busca serlo, debe partir desde una base que incorpore, necesariamente, normas que resguarden los derechos humanos de las personas y, además, la promoción de los mismos.
Hasta ahí, suena bien.
Pero los problemas empiezan con el primer paso: ¿Formación en DDHH en los colegios? Por ningún motivo, adoctrinamiento de izquierda. ¿En las Fuerzas Armadas, de Orden y Gendarmería, donde sería más que recomendable? No, gracias. Los planes de estudio y formativos de los institutos armados son de revisión mayormente autónoma, y cuando se necesita contenidos de ese tipo, basta con un taller. Un centímetro perdido en las mallas curriculares, dictado habitualmente por un ex uniformado que ha encontrado dificultades para definir qué hacer con su tiempo una vez fuera de los cuarteles.
Sigamos. ¿Penar el negacionismo? Habrase visto tamaña desfachatez. Negar los crímenes de la dictadura, así como lo fue lanzar huesos de animal a los familiares de las víctimas en la entrada de tribunales cuando los criminales de lesa humanidad acudían a declaraciones o careos gritando: “Aquí está tu marido, vieja de mierda”, es parte de nuestra sagrada libertad de expresión, y prohibirlo sería empujarnos un paso más hacia el comunismo, al Foro de Sao Paulo, a las maquinaciones de George Soros y Bill Gates y sus vacunas provistas de 5G. Impensable.
La pregunta, aunque suena ridícula, aún encierra un intríngulis que no hemos podido resolver: Cómo impulsamos una sociedad respetuosa de los Derechos Humanos, de las mujeres, de los niños, niñas y adolescentes, de la diversidad sexual, de los migrantes y de todos aquellos que sufren discriminación y violencia física y/o simbólica. Quizás sería importante entender que un Estado garante de Derechos Humanos es un medio, no un fin. El respeto por el otro viene desde la comunidad y desde las personas. Está en nuestro proceso de construcción de sentido y significados, y es ahí donde el Estado, en base a un trabajo coherente y armónico con esos espacios, debe actuar.
El respeto a los Derechos Humanos no está en las efemérides, ni en fechas conmemorativas cuyo significado se relativiza bajo el implacable paso del tiempo (como ocurre con el 1 de mayo o incluso Semana Santa), ni siquiera, nos arriesgamos a decir, en la Memoria per se. Está en nuestro relato colectivo, en las formas y maneras que vamos adoptando y las pulsiones que éstas producen espontáneamente. Está en relatar que la resistencia a la dictadura es parte de nuestra historia, en que quienes padecieron los horrores fueron mujeres, hombres, jóvenes e incluso niños que nos son semejantes, y que cuando vivimos en una sociedad que no entiende eso, que no se entiende a sí misma, todos perdemos, no sólo los que pierden siempre. No sólo aquellos a los que no vemos todos los días, no sólo quienes mueren esperando justicia o compensación, no sólo los presos y presas cuyos derechos fundamentales dependen del humor de los gendarmes, no sólo quien perdió un ojo, o un hijo, sino que todos quienes vivimos compartiendo un espacio que debe ser común.
Por supuesto el Estado no está exento de responsabilidades en esta materia, y estas no se circunscriben a un estudio sociológico del tema o a ser un actor más en la escena y ocupar un lugar más en el hemiciclo sin ambiciones de conducir desde el proscenio. El Estado y toda su institucionalidad debe asegurar lo mínimo: Verdadera Justicia, es decir, proporcionada, ejemplarizadora y oportuna y no como mera reparación económica. Y además la demostración de voluntad real de resolver efectivamente la crisis institucional, sin dilaciones efectistas y sin criminalizar la protesta social creando dicotomías del tipo Orden/Bueno/Aporta y Desorden/Malo/No aporta, que no sólo no resuelven nada, sino que siempre jugarán a favor de un status quo que ya hemos superado como sociedad en un proceso de significación que comenzó mucho antes del 18 de octubre.
Un Estado garante de Derechos Humanos es un medio para la consecución de una sociedad más humana.
*Editorial publicada en la edición 11 de revista Grito
*Foto: Archivo Acemedia Comunicaciones
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